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Si los animales hablasen

News Section Icon Publicado 04/10/2022

«Qué maravilloso sería el mundo...»

niña mira sonriente a una vaca en un prado
Foto por CIWF / RichardDunwoody

«Qué maravilloso sería el mundo...»: las palabras inmortales del Doctor Dolittle cuando canta «If I could talk to the animals» (Si pudiera hablar con los animales).

Puede que solo sea un sueño fantasioso, pero es cierto que sería un mundo muy diferente.

Un mundo con respeto mutuo. Tendríamos claro que los animales son individuos. Que tienen su propia inteligencia y personalidad. Que tienen necesidades y deseos. Dudo que criásemos animales, y menos de la forma intensiva y cruel en la que lo hacemos hoy en día.

Y no sería necesario hacer campaña para que se reconozca la sintiencia animal por ley, simplemente se vería como algo obvio. Para los defensores de los animales lo es.

Afinidad

primer plano de parte de la cara y un ojo de una vaca marrón y blanca
Foto por Philip J Lymbery

En este titular hay una lección que toda la humanidad debería acatar. La importancia de tratar a todas las especies que comparten esta Tierra con el respeto y la compasión que sin duda merecen.

No tengo ninguna duda de que si encontramos algo más grande que nosotros mismos en nuestro interior, una afinidad de vida que trascienda las especies, también tendríamos la oportunidad de impulsar nuestro propio bienestar a través de un mayor sentido de conexión con otras especies con las que compartimos este maravilloso planeta. 

Bondad

ternero blanco con etiqueta amarilla en la oreja tumbado en los pastos
Foto por Philip J Lymbery

Hoy más que nunca, mientras la humanidad se enfrenta a emergencias climáticas, naturales y sanitarias, deseo que muchos más de nosotros consideremos a los animales como iguales en este mundo, en lo que respecta a ser dignos de nuestra consideración y bondad.

Cuando empezamos a pensar en los animales como individuos con personalidad, la magnitud de la forma injusta, cruel y despiadada en la que los tratamos resulta abrumadora. 

A veces, parece que hemos perdido nuestra propia humanidad. Por cada mil millones de personas en este planeta, se crían 10 mil millones de animales al año para alimento.  Dos tercios de ellos son fruto de la ganadería intensiva: cruelmente enjaulados, hacinados o confinados en fábricas de animales. Reducidos a meros números en el proceso de producción de alimentos, cada uno es en realidad un ser sintiente, un individuo.  Si pudieran hablar, ¿qué nos dirían?  Me da miedo pensarlo. 

Aunque parezca difícil de creer, si sumamos el peso de todos los mamíferos de la Tierra, desde el ratón más diminuto hasta la ballena más grande, solo el 4 % representa a los animales salvajes.  El 96 % restante corresponde a los humanos y al ganado doméstico.  Sin embargo, incluso un 4 % de animales salvajes sigue siendo demasiado para muchas personas que siguen cazando, abusando y comerciando con la fauna salvaje.

El abuso de cualquier animal, doméstico, de granja o salvaje, me resulta repugnante. Me estremezco cuando paso por delante de un animal salvaje muerto en la cuneta. Evito los zoológicos y los acuarios. Hago todo lo posible para ayudar a los demás a comprender la importancia de cuidar lo poco que queda de la vida salvaje. Y trato de gritar a los cuatro vientos sobre la flagrante crueldad que hay detrás de la ganadería industrial: la mayor causa de sufrimiento animal en nuestro planeta.

Un contrato roto

primer plano de la cara de una oveja blanca con la nariz negra
Foto por Philip J Lymbery

Si retrocedemos en el tiempo, hace diez mil años, nuestros antepasados cambiaron el curso de la historia de la humanidad; el estilo de vida nómada dio paso al asentamiento, y ese fue el nacimiento de la era de la agricultura. 

En el paso de nómadas a colonos, creamos un contrato fundamental con la tierra, que se convirtió en el requisito esencial para obtener los alimentos que nos sustentan. 

En las últimas décadas, hemos roto ese contrato, separando a los animales de la tierra para confinarlos cruelmente en las llamadas «granjas», creando un caldo de cultivo para las enfermedades. Hemos contaminado nuestros ríos y utilizado nuestros océanos como si fueran un gigantesco basurero en el que desechar nuestra basura y nuestros desechos. Hemos roto el ciclo del nitrógeno y lo hemos sustituido por fertilizantes químicos y pesticidas. Hemos recogido cosechas abundantes, creando una ilusión de abundancia interminable.

Un legado

Petirrojo en una rama
Foto por Philip J Lymbery

No obstante, ahora estamos empezando a ver lo que realmente podría significar para el futuro de nuestros hijos; al retirar a los animales de la tierra, y romper de esta manera ese contrato fundamental con el suelo, ¿hemos destrozado su futuro? ¿Hemos hipotecado su futuro sin tener medios para pagarlo?

Cuando queda poco más de una década para abordar el cambio climático, cuando se avecina una era posantibióticos y cuando los peces escasean en el mar, está claro que la sostenibilidad se está convirtiendo en una ilusión insostenible.

En menos de una vida, gran parte de nuestra fauna podría extinguirse y los suelos del mundo podrían dar su última cosecha. Nunca ha habido tanto en juego. 

En el centro de todo esto se encuentra la forma en la que nos alimentamos, cómo tratamos la tierra y a todos los animales que en ella habitan.

abeja volando junto a una flor blanca y rosa
Foto por Philip J Lymbery

Para terminar, dejo una súplica desde el corazón de un ser sintiente a otro: luchemos por recuperar nuestra humanidad.  Esforcémonos por cambiar la forma en la que vemos a nuestros compañeros de otras especies. Aceptemos toda la vida sintiente como criaturas compañeras, que tienen el mismo derecho a vivir junto a nosotros. 

Dejemos un legado poderoso y compasivo para nuestros hijos.

Y en palabras del Doctor Dolittle: «Qué gran logro sería».

Del blog de Philip Lymbery

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